«Future Fiction»: Entrevista a Francesco Verso

Os presentamos una porción de la entrevista con Francesco Verso, editor de la serie de libros de ciencia ficción internacional Future Fiction. La entrevista completa está disponible en el último número de Mamut.
Francesco Verso es una de las figuras más representativas de la ciencia ficción italiana contemporánea. Escritor reconocido, ganador de dos premios Urania (en 2008 con E-Doll y en 2014 con Bloodbusters), un premio Odissea y un premio Italia, ambos para su novela Livido. Pero es también un editor ilusionado e incansable con unas ideas bien definidas: divulgar la ciencia ficción del mundo en el mundo y otorgar al género la dignidad y la función que se merece. Para ello ha creado Future Fiction, un proyecto editorial que se ocupa de buscar alrededor del planeta a los autores más interesantes y proporcionarles un espacio de visibilidad en un mercado saturado de autores anglo-americanos. Existe un mundo de futuros desconocidos, todos por descubrir.

Antes de que como autor tu contacto con la ciencia y la tecnología empiezan a nivel de trabajo, en la IBM. El clásico trabajo seguro que, después, en algún momento ya no es tan seguro. Para muchos habría sido una tragedia, sin embargo, para ti fue un punto de inflexión. Explícanos un poco cómo fue.

Trabajé en IBM como especialista en IT, Tecnología de la Información, entre 2001 y 2005 y luego en Lenovo entre 2005 y 2008. Cuando la globalización dispuso la cancelación de mi trabajo, me encontré frente a la fatídica encrucijada: insistir con el trabajo en IT o tratar de dar un salto a lo desconocido en la oscuridad del mundo editorial. He elegido arriesgarme, consciente de que – tal y cómo es la situación editorial italiana – necesitaría de cinco a diez años para obtener algún resultado. Me apreté el cinturón, invertí en mi transformación a través de un curso profesional en la industria editorial, volví a empezar con una pasantía en una pequeña editorial y colaboré con algunos proyectos independientes antes de salir del cascarón y caminar con mis piernas, frágiles e inciertas, pero totalmente mías.

Respecto a la escritura, en cambio, tuve suerte: en 2009, unos meses después que en el trabajo me dieran la indemnización, me comunicaron que había ganado el Premio Urania con e-Doll (premio que casi gané también en 2004 con Antidoti Umani, llegando finalista). Desde entonces entendí que mi camino estaba marcado. Disponiendo de menos dinero, pero con mucho más tiempo para leer y estudiar, escribí dos novelas más, Livido y Bloodbusters, además de algunos cuentos. Livido ganó el premio Odissea en 2013 y Bloodbusters otro premio Urania en 2015. Ahora ya no se trata de apostar por el futuro, sino vivirlo. A los cuarenta y tres años (y ocho años después de la apuesta) he llegado donde quería estar y ahora disfruto con una exploración serena de lo que está por venir. En cada ocasión es difícil, cada vez es una batalla intentar vender la siguiente novela, pero al menos sé que no he cometido el error de sobrevalorarme.

El haber ganado, como comentaste, los premios más prestigiosos en el campo de la ciencia ficción como el Urania, el Odissea y también el premio Italia, te consagran como uno de los escritores más relevantes de este género. Sin embargo, a pesar de no haber abandonado la escritura, en un momento dado, has sentido la necesidad de dedicarte al mundo editorial. ¿Cómo surgió este interés y por qué?

Porque descubrí la belleza de la ciencia ficción procedente de todo el mundo. Miré detrás del cartel publicitario – que generalmente anuncia una brillante variante del mismo producto editorial – y encontré un tesoro que comprende innumerables historias de gustos muy diversos, de autores desconocidos en nuestro país (que sin embargo en sus países son maestros del género) los cuales nos cuentan otro futuro desde la porción de mundo en el que les ha tocado vivir.

Esta amarga constatación – el hecho de que las leyes de mercado dicten a quien podemos leer y a quien no, en base a elementos comerciales – me ha empujado a buscar la “biodiversidad narrativa”: como el depósito de las islas Svalbard en Noruega donde se conservan todas las semillas ante una posible catástrofe ambiental, empecé a recopilar historias de ciencia ficción de todo el mundo ante una posible catástrofe cultural. En otras palabras, ¿cómo sería el mundo si todas las historias fueron escritas en inglés, por un solo tipo de autor (blanco, clase media, estadounidense)? Y lo digo con gran respeto y agradecimiento hacia los autores y las autoras angloamericanos con los cuales me formé y que publico cada año. Por supuesto, el problema no son ellos, sino la lógica de la industria editorial global. Obviamente inciden mucho los gastos de traducción, sin embargo, entrando en cualquiera de las grandes librerías comerciales el panorama es bastante desolador. Más aún en la ciencia ficción, donde años y años de desinversión han provocado que te salga mucho más a cuenta hacer un curso de inglés que re-leer la enésima edición, el último “Best seller” o el “éxito mundial” del año escrito nada más que como el molde de un molde anterior.

La convergencia entre biología y nanotecnología, las prótesis robóticas, los cambios ambientales, el posthumano, la inteligencia artificial, la realidad virtual, los viajes interplanetarios, los robots auxiliares. Son todos temas clásicos de la ciencia ficción pero que están demostrando cada vez menos “ficción”. ¿La realidad por fin ha alcanzado la ciencia ficción? Y, por otro lado, ¿la ciencia ficción puede proponerse hoy en día como literatura más realista? ¿O es siempre necesario para la ciencia ficción actuar como género especulativo?

Pregunta muy difícil. En inglés el término science fiction denota un vínculo esencial con la ciencia, mientras que la raíz italiana “fanta” [de fantascienza, N. del E.] disuelve esta correlación y se abre a la fantasía. Y esta – en mi opinión – es la fuente de la desconfianza y perplejidad que alimenta cualquier persona que no lea por entretenimiento escapista sino por deseo de descubrimiento y profundización. Obviamente las dos cosas pueden ir de la mano pero, en mi opinión, es esto lo que suscita el término fantascienza (que en el lenguaje común todavía se emplea para describir algo absurdo, inconcebible y aún por venir). Por el contrario, considero como ciencia ficción cualquier texto en el cual la plausibilidad del elemento de “extrañamiento” (social, político, psicológico, tecnológico o lo que sea) es muy alta y donde las ideas especulativas no se dan por sentadas: cuanto más un escritor se esfuerza por hacer racionales y lógicas sus extrapolaciones imaginativas, recurriendo a mecanismos de verosimilitud científica, tanto más esa historia tendrá un sabor futurible. Si esto no sucede, caemos en el campo de lo fantástico, un género igualmente fascinante y esencial para la literatura, que ha atraído a autores como Borges y Calvino, pero sin duda diferente, por ejemplo, de los cuentos de ciencia ficción de Primo Levi o James G. Ballard.

Por otro lado, muchas tecnologías e innovaciones de los últimos años han hecho que algunos temas, considerados de ciencia ficción hasta hace muy pocos años, sean de una actualidad extrema. Por lo tanto, si por una parte la ciencia ficción podría haber ganado su lucha para salir del gueto, por otra parte, perdería en cuanto ya no puede considerar a ciertas cuestiones como exclusivamente suyas. Temas como la ingeniería genética, el análisis psico-social a través del Big Data, el desarrollo de la inteligencia artificial como un reemplazo del individuo, el cambio climático, los nuevos artesanos digitales de la impresión 3D, la biopolítica y la evolución autodirigida, son parte del presente y entonces cualquier autor que quiera representar la realidad cotidiana tendrá necesariamente que considerar estos fenómenos como inevitables puntos de referencia de su imaginario.

Cito unas cuantas novelas de los últimos años, que proceden de diferentes países, para demostrar cómo esta tendencia no es una moda pasajera editorial, sino que representa un cambio de paradigma profundo que abarca gran parte de la literatura contemporánea.

Cero K de Don DeLillo (EEUU), Satin Island por Tom McCarthy (Reino Unido), Babel de Viktor Pelevin (Rusia), La posibilidad de una isla de Michel Houellebecq (Francia), Station Eleven de Emily St. John Mandel (Canadá), Nunca me abandones por Kazuo Hishiguro (Japón), la trilogía compuesta por Oryx y Crake, El año del diluvio y MaddAddam de Margaret Atwood (Canadá), El atlas de las nubes por David Mitchell (Reino Unido), El libro de las cosas nunca vistas por Michel Faber (Países Bajos), y la lista continúa. 

Con un tiro largo, podría decir que hemos salido de la literatura postmoderna y hemos entrado en la de la ciencia ficción, donde el concepto de singularidad, es decir, la incapacidad para predecir qué tendencias influirán mayormente en nuestro futuro, está en la base de la escritura de los años venideros. ¿Es una victoria? Soy optimista y veo el vaso medio lleno.

 

La entrevista completa junto con una selección de relatos de ciencia ficción italiana están incluidos en el último número de MAMUT, Futuros Imperfectos.

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